jueves, 19 de enero de 2012

Una clave, del poder.

Ocho letras que se mezclan.
Clave templaria
en ocho posiciones que cambian
con cada puesta en escena
de la diaria llave
que abre la cuenta corriente.
Puede cambiar la clave,
puede cambiar la cuenta,
no cambia el dueño que la maneja,
no cambia el vampiro que bebe en las venas,
no cambia el jefe contable.

Hasta el día del sable
en el que se hace balance.
Guillotina que cuelga o que cae.
Se deshoja una cuenta corriente
en palabras de vida o de muerte,
solo una de dos posibilidades.
Si no aciertas no vale
y el señor de la sangre
en decisión lapidaria
decide qué destino darle
a tu savia encarnada.

Ahora que ya sabes
que la fortuna que te juegas
es una cita ciega
en la que lo que se apuesta
es de tu vida la muerte
ante la guadaña célebre
que en la barca espera,
y que no vuelve,
te arrepientes.
Fue el sino de muchos reyes
arrepentirse más tarde.

La historia está llena de cobardes
que fueron presa del miedo
cuando perdieron las libertades
de sentirse señores y dueños
de las muertes de sus iguales.
Entonces quisieron pagar con monedas
los gritos salvajes en la calle
pero ya su dinero
era propiedad de otro usurero.

Yo te ofrezco mi esfuerzo
que no me cuesta trabajo
porque lo doy con agrado
porque quiero,
porque puedo,
porque disfruto dando
y porque me divierto.
Gente de pueblo.

Tú aún no lo sabes
mas pedirás luego.
Siempre habrá alguien para darte
que no te cobrará en dinero.
Banquero.
Usurero no vale
porque roba menos.
Una clave,
ocho letras y mi cuenta corriente se abre.
Un día cambiarán al contable.

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