almacenadas en las estanterías sin baldas
que encierra el hueso de la calavera.
Sin bolígrafo, sin lápiz, sin estilográfica,
continúa siendo el tacto de las yemas,
al deslizarse por encima de la pantalla,
el que traduce el placer de pensarlas,
las frases llenas de palabras,
en placer de escribirlas para poder leerlas,
las pantallas llenas de letras.
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