Tú que suenas a pájaro
cuando cantas
me gustas, árbol.
Tú, que solo, eres todo.
Yo me muero si soy solo.
Solo, ni como.
Yo solo, soy casi nada.
Yo, vana palabra.
Árbol hundido en la tierra
en raíces centenarias,
fractales, ramificadas sin fin
en los poros del planeta,
entre los granos del suelo.
Árbol que apuntas al cielo,
yo que te siento
necesito de ti.
Alimento, sentimiento, eres en mí.
Raíces,
infinita nube,
orígenes
de miles de miles
de estilizados vasos
de ingrávida savia
en gordo tallo
que riegan los miles y miles
de hojas del árbol
que beben las luces
viajeras del cosmos.
Vivir.
La casi eterna gracia
que cientos de círculos redondos
de cientos de años del árbol,
vivo tronco,
disfrutan cada año.
Tú eres vida,
yo te necesito para que sea la mía.
La vida dibujada
contorno a contorno.
Ríos de sangre verde,
con el sol se enciende
volcán viviente
que del abismo oscuro emerge,
vida desde que nace hasta hoy,
siempre,
sin moverse,
así son.
Así quisiera decir el mortal que muere,
yo soy,
sin nadie que me alimente.
Sin ti en hambre se deshace.
Abajo se abren
raíces infinitas,
canciones que no te olvidan
te dijeron naturaleza viva,
la copa arriba,
tú vida pura.
Música que suena cuando anda la luna
y si descansa,
cuando el rayo cae,
durante la calma,
cuando en las hojas la lluvia,
cuando el caracol resbala,
si el colibrí vibra,
cuando la mece el aire,
cuando el sol te baña al saludarte.
Eres todo, somos naide.
Árbol.
Una planta.
Tú con el cielo.
Déjame ser algo,
casi nada,
a tu lado te disfruto solo.
Contigo que eres todo
soy un trocito del universo.
¿Y las canciones?
Con tus palabras
tú las cantas.
Yo te oigo.
Yo, palabra vana.
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